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El Clave bien temperado

Parte 6. El clave bien Temperado. Libro II. 7


Como el carillón de un ataúd al mediodía
—El clave bien temperado. Libro II—

Como el carillón de un ataúd al mediodía,
resuena la calle de este invierno donde habito
repleta de hielos y humedades:
las miradas vacías que he lanzado a tantas gentes,
tantas veces, tantas…
Como el carillón de un ataúd al mediodía,
hoy me responden con indiferencia:
ni mil antorchas licuarán tal hielo,
esa escarcha que aplasta mis suspiros,
el silencio sin luz de la madera.
Como el carillón de un ataúd al mediodía,
el infierno es la soledad impuesta,
la respuesta incontestable a mi desprecio.
El infierno es el frío de una noche
sin piel donde arrojar mi llanto.
Como el carillón de un ataúd al mediodía,
sólo tu ausencia inclina mis oídos hacia el clamor
de una luna tropezando entre mis uñas,
y mis labios sin sangre tiemblan como cristales resquebrajados
por el llanto que causa tu partida a la sombra de los gemidos.
Como el carillón de un ataúd al mediodía.

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).