Lectores

El Clave bien temperado

Parte 7. El arte de la fuga. 14


Como un vértigo sin huesos
—El Arte de la fuga—
En el útero de la noche me ha cubierto el fango de una pesadilla viscosa.
No puedo dar explicaciones de este miedo, de esta angustia.
El peso de este espejismo oscurece mi respiración, y dilapida mis sentidos,
y hunde mi corazón hacia la arritmia, como un vértigo sin huesos.
Por la ventana diviso la calma opaca de la madrugada.
Una quietud que no presagia paz,
sino muerte empedrada por coronas de cipreses.
No tengo miedo a su guadaña, sino a cuanto la rodea:
dolor, enfermedad, sufrimiento:
el tuyo, el mío, aquél de quien amamos.
¿Por qué, la muerte me visita en estas horas tenebrosas,
tortuosas como pasadizos de cloacas y pústulas?
Quizá convenga leer en sus paredes cubiertas de heces
su mensaje de cicatrices indelebles.
Escucho a lo lejos un monótono caer de agua,
allá la fuente del jardín murmura sonidos de perlas,
pero no se tranquiliza este latido de miedo.
El amanecer está aún lejano,
                                                     tan lejano.

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).