Lectores

El Clave bien temperado

Parte 3. Conciertos de Brandenburgo. 4


Crepita el fuego de la noche…
—Concierto de Brandenburgo número 4. Estampa—

Crepita el fuego de la noche en el hogar. Los padres siembran susurros, hojas de árboles en la foresta. De su boca renace a la vida, como un milagro cotidiano, la realidad, el exterior, la lucha. Los hijos, aún pequeños, tan inocentes como lirios, escuchan del dolor y de la guerra, de la muerte y de los sufrimientos; y también escuchan del amor y de la entrega, de la amistad y del odio, de la mentira y de la vida nueva; de toda la belleza del planeta y de toda la amargura del planeta; de los días felices, transparentes y de los días tristes, mortecinos… Crepita el fuego de la noche en el hogar…
Pero un día, como un terremoto traidor, esas llamas que ondeaban e iluminaban las noches reducen a sueño las palabras, a humo que huye a través de la madrugada sin estrellas… El eco de un latido adivina, intuye que las palabras no son la vida, sino sus espejos sin azogue. Fue inútil la palabra amante, afable, como es inútil la sonrisa vacua. Fue necesario el silencio; fue preciso el dolor; fue inevitable la angustia; fue inexorable enjugar el rostro de los hijos. Sólo cuando las lágrimas se caen y ruedan y se desbordan hacia el río de la vida, la reflexión que causa la herida sirve, abono en tierra regada tras las lluvias.
Crepita, de nuevo, el fuego de la noche en el hogar. De nuevo, la charla amable, vuelta a la luz que ondea e ilumina una estancia revestida de latidos y sonrisas; la oscuridad de la herida hedionda no volverá a colarse en nuestra vida. Hemos aprendido pronto. Pero tampoco volverán los tiempos rotos, ya olvidados, de la inocencia.
Ya no es un coro acompasado, voces infantiles que cantan nuestro tema, sino solistas con voz propia, clara. A veces, mi discurso es el de ayer, mientras que su himno es himno enérgico de hoy. Y sólo cuando escucho el nuevo tema en sus gargantas jóvenes, potentes, vuelvo a la vida y abandono el sueño del pasado incierto. Miro impotente y feliz el paso que me marcan, intento suavizar el ritmo presto, pero al final su compás me doblega… Mientras, crepita el fuego de la noche en el hogar, llamas que ondean e iluminan las tinieblas.

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).