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El Clave bien temperado

Parte 7. El arte de la fuga. 21


En el final de la melodía de la vida…
—El Arte de la fuga—

En el final de la melodía de la vida, como delta sin sombra,
deseo que mi canto se funda en la sinfonía de cada himno
refugiado en tu regazo donde ensalzamos tus caricias.
Me acuna una marea de vidas en su vaivén de olas como besos sin cansancio.
El sonido agrietado de mi voz,
tembloroso,
hacia ti camina y se esconde bajo los pliegues de otras voces más hermosas.
Esta fracción azul del sendero iluminado en dicha,
a pesar de tantos recuerdos como túneles de pus,
lo festonea la presencia amable de los cadáveres felices
convertida su dicha en proposición irrefutable:
si amas a destajo todo sirve, nada importa,
excepto que piel y manos sean entrega sin fronteras, mapa de cansancio.
Mi melodía simple, como la brisa o como el llanto,
roza la eterna melodía que ayer me parecía captura inalcanzable.
Empiezo a recorrer la última etapa de este viaje
y al fin comprendo que no importa la distancia caminada,
sino que nuestras huellas sean brasas en la vereda,
para que quien nos siga no pierda tiempo en encontrar su curso.
Aún me detengo junto al brocal del mar y escucho
antes de tornarme gota de su seno:
¡Qué hermosa es esta melodía meciendo mis oídos aturdidos!
La luz del día alumbra los contornos de las voces y los sueños…
¡Sólo luz, pureza sólo…!
Quiero entonar un canto en solitario,
de este modo mi torpe voz será reconocida por su ronco acento.
Acompañadme, en mi última hora.
Mirad y sonreíd conmigo:
sus infinitos brazos maternales me esperan y me enjugarán el llanto.
Si me asomo al quicial del corazón, sólo luz de infinito veo.
Camino a ella con la risa anclada a la comisura de los labios.
No sé si habré hecho bien este sendero.
Me faltaron, quizá, caricias,
quizá sonrisas me quedaron dentro del alma donde se pudrieron…
Mas, aquí estoy con todo lo que he sido…
Seré una nota breve en este mar
donde me fundo y vivo y ya no muero…

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).