Lectores

El Clave bien temperado

Parte 5. El clave bien Temperado. Libro I. 18


Jirones de mi piel ondean a la luz de la tarde
—El clave bien Temperado. Libro I.—

Soy campo de batalla:
jirones de mi piel
ondean al crepúsculo,
la risa del ocaso
se embriaga con mi sangre
repartida en el filo
del vuelo de los pájaros.
Por mucho que lo intente,
siempre vuelve a mi flanco
el golpe de la fiera.
Pero en el mismo instante,
como un infatigable
arquitecto de vida,
tu poder me levanta,
e impide que me rompa
contra esta fosa oscura
de la angustia que roe
la base de mi entraña.
No me abandones ahora,
que estoy rendido y roto
que estoy tan malherido.
En mis dedos no hay lágrimas,
no hay llanto en mis caricias.
En la hora de la muerte,
sólo quiero tu mano
guardándome en su cuenco,
cobijo impenetrable.
Hay paz detrás del bosque,
calma tras el osario.
Nunca me dejarás,
eso dice tu beso.
Un vaivén de marea
mece la entraña rota;
en el centro del mar,
la inmensidad sin límites.

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).