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El Clave bien temperado

Parte 7. El arte de la fuga. 10


La esencia que nos une
—El Arte de la fuga—

¡Qué bueno es asomarse a la calle en compañía!
¡Qué bueno es que sintamos la esencia que nos une!
¡Que bueno es comprobar que la alegría compartida aumenta la alegría!
Es hermoso saber que mi destino es destino compartido.
Es tan maravilloso que la palabra soledad no exista en algunos diccionarios.
Salgamos a la calle convencidos, y mirémonos fijos a los ojos.
Y que todas las voces suenen firmes,
preservando su propia variación, los acentos que nos distinguen.
La melodía, al fin, será tan rica como cualquier pintura de Velázquez,
o una puesta de sol en el otoño,
cuando sus rayos doran las primeras hojas que amarillean el ocaso.
Al final, el estruendo de las voces se transformará en solo un himno,
un canto levantado sobre armonías de una sinfonía celestial.
*
La respuesta del coro de los ángeles será inmediata.
La alegría derramará su contenido de oro como cataratas de corazones,
cual decenas de cumbres nevadas refulgiendo al sol del mediodía,
como cientos de bosques ardiendo en la aurora,
como miles de ocasos incendiando el horizonte,
como un millón de arco iris resquebrajando la tormenta,
miríadas de estrellas acariciando corazones ateridos.
Creeremos al oír su canto de serafín alabando tu nombre inabarcable.
Pues nuestra voz contiene el mismo timbre de su potencia:
poco inferiores que ángeles nos hizo.
La hermosura del canto será respuesta a nuestra frase,
a la canción fundida en el crisol de todos nuestros cantos, latidos y presencias.
La risa alumbrará las micras de infinito.
No nos cansaremos de escuchar su canto,
porque responde al nuestro, más torpe acaso, pero nuestro al cabo.

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).