Lectores

El Clave bien temperado

Nota a la versión de 2010


Nota para la versión de 2010

Como me pide María Jesús, quizá sea buena una breve introducción a este versión de 2010. Y a ello me pongo. Quizá es por dónde debí comenzar, pues poner negro sobre blanco lo que a uno le da vueltas dentro es quizá el mejor modo de aclarar ideas y encontrar el camino adecuado, de desenredar una madeja que parece inextricable. Lo sé de tantas otras ocasiones (este mismo libro es un ejemplo) y sin embargo soy incapaz de ponerme manos a la obra…
En las anteriores versiones desde la excesiva primera, tan puntillosa con las referencias a las melodías que inspiraban cada verso, hasta ésta, ha pasado tanto tiempo que es difícil encontrar en mí a la misma persona e incluso al mismo poeta.
No es que sea diferente, eso es imposible, pero sí he evolucionado, y, sin ir más lejos, la vida de quien escribe estas palabras, con la vida de quien escribió las otras es tan distinta que parece la de otro, aunque el DNI no aprecie tales distingos.
En el fondo, esta versión no es otra cosa que una dieta de adelgazamiento y una liberación del excesivo peso de la estructura formal que los endecasílabos imponen.
Son varias las voces que ya me dijeron que Eterna luz sonora era y es una desmesura en todos sus sentidos. Quizá quien mejor lo dijo, y quien mejor lo resumió fue Juan Manuel de Prada (y parece mentira que él, desmesura sin tasa, fuera capaz de comentarlo así): “Tienes que buscar lo esencial”. Creo que fueron sus palabras textuales cuando, después de mi primera llegada a la final del Gil de Biedma y mi no obtención de premio, le pregunté por dónde podría caminar el texto según su opinión. (Su criterio era importante, pues forma parte de ese jurado, y por tanto tenía cierta capacidad de decisión sobre el destino de este texto). Tal y como lo interpreté entonces —y aún lo pienso—, era una forma de advertirme, no sobre la extensión del libro, sino sobre su excesiva reiteración de ideas, sobre la acumulación de imágenes que a fuerza de incidir sobre lo mismo fatigaban más que iluminaban.
Dos años después escribí la versión que conocéis. Hay en ella reducciones y cambios, pero básicamente no se altera gran cosa respecto de la primera versión. Simplifiqué las indicaciones musicales y aligeré en algo el texto, pero mantuve la estructura básica del libro y la forma de los versos. Había elegido el endecasílabo como esqueleto de los poemas y lo mantuve.
Hoy he decidido que también tengo que cambiar ese esqueleto. La experiencia bloguera en Pavesas y cenizas que se concreta en mi poemario Versos como carne es fundamental para entender esto. Creo sinceramente que por ahí va mi camino, al menos el actual. No quiero alterar el fondo del libro, sino que pretendo reelaborarlo desde esta nueva perspectiva. Quiero, por así decir, depurar las adherencias que la retórica inherente al endecasílabo me había obligado: excesivos adjetivos que, como sinónimos no aportaban gran cosa, aunque tuvieron la misión de completar el número de sílabas de cada verso, por ejemplo. Y, al mismo tiempo, aprovechar las posibilidades expresivas que otorga el verso libre y ciertos hallazgos en cuanto a imágenes que he descubierto en mí, a raíz de mi experiencia última.
La música de Bach, como tal, no varía. Quizá yo sí, pero no quiero o no puedo, partir de cero. Estoy convencido que si así lo hiciera el libro no se parecería en nada, o en casi nada, pues el Amando de hoy tiene más bien poco que ver con el de ayer, y, al fin y al cabo, el libro no es otra cosa que la respuesta de oyente, pues la música no varía. Y para ello, ahora mismo no tengo fuerzas, tampoco sé si ánimos. Creo que es mejor aprovechar el caudal que ya existe.
Desde luego el trabajo está siendo mucho más duro y lento de lo que supuse, y a ratos no sé si merece la pena, pero ya que he empezado voy a seguir… Otra cosa distinta es que el resultado merezca la pena.

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).