Lectores

El Clave bien temperado

Parte 7. El arte de la fuga. 7


Plegaria

—El Arte de la fuga—

¿Por qué las lágrimas? ¿Por qué el dolor? ¿Hasta qué extremo de la médula hemos de sufrir para que te apiades de nosotros, de cada uno? Mi voz ahora es una plegaria que se resquebraja en súplica vertida entre mil llagas:
No dejes que caigamos de tus palmas, sólo en ellas estamos vivos, libres. Nos atormentamos sin fundamento, nos devora la angustia, el miedo muerde en el centro de las entrañas de hielo. Nos has hecho así de pobres e inseguros, pequeñas briznas, micras del tiempo y del espacio ilimitados. Haz que el latido de tu corazón proteja nuestro caminar cansado. Haz que sintamos en nuestra alma herida, la presencia de tu sonrisa viva, que es más que todas las caricias lentas, más que todos los besos amorosos. Haz que nos zambullamos sin espanto en las honduras cálidas e inmensas, hialinas y puras, de tu corazón eterno. 

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).