Plegaria
—El Arte de la fuga—
¿Por qué las lágrimas? ¿Por qué el
dolor? ¿Hasta qué extremo de la médula hemos de sufrir para que te apiades de
nosotros, de cada uno? Mi voz ahora es una plegaria que se resquebraja en
súplica vertida entre mil llagas:
No dejes que caigamos de tus palmas, sólo
en ellas estamos vivos, libres. Nos atormentamos sin fundamento, nos devora la
angustia, el miedo muerde en el centro de las entrañas de hielo. Nos has hecho
así de pobres e inseguros, pequeñas briznas, micras del tiempo y del espacio
ilimitados. Haz que el latido de tu corazón proteja nuestro caminar cansado. Haz
que sintamos en nuestra alma herida, la presencia de tu sonrisa viva, que es
más que todas las caricias lentas, más que todos los besos amorosos. Haz que
nos zambullamos sin espanto en las honduras cálidas e inmensas, hialinas y
puras, de tu corazón eterno.