Lectores

El Clave bien temperado

Parte 3. Conciertos de Brandenburgo. 1


Últimos compases del adagio
Concierto número 1 de Brandenburgo—

El frío ha desnudado la arboleda,
los troncos aún dormitan soñando lejanas primaveras,
y una rapaz se cierne a grupas del viento buscando un sueño.
Mi espíritu, guarida del invierno, resucita melodías que ocultan sufrimientos de entraña sin piel,
carne resquebrajada en gutural bramido.

A pesar de la orquesta que lo envuelve, los últimos compases del adagio,
como notas de oboe en sangre,
cubren la madrugada con alaridos sin arpegio, desgarro de la nada…
Como un ave rapaz hambrienta, se desmoronan en picado y gimen y lloran…
Angustiadas corcheas despedazan la tierra
donde moran sus párpados, lienzos del primer beso,
donde moran sus manos, cuencos de caricias,
donde mora su pecho, cofre de vida…
Los gritos, como dedos de barro y piel, buscan el último suspiro que exhaló su alma antes del viaje
hacia esos territorios siderales, sin brújula y sin tiempo, perdidos en el cosmos…

Las notas acuchillan la carne del aire,
como un ave rapaz hambrienta, se desmoronan en picado y gimen y lloran…
y también me disparan al corazón de mis entrañas
con un apocalíptico engranaje en disonancia
y estremecen vacíos de la muerte como hemorragia de miedo.
Racimo de segundos sin luz: sima de vértigo o abismo sin eco.
Estas notas, alcázar donde refugio mi gemido, explicación exacta de mi grito,
compases que dibujan mi vacío, notas desesperadas excavando la tierra donde yace,
buscan la exhalación de su alma antes del viaje
hacia esos territorios siderales, sin brújula y sin tiempo, perdidos en el cosmos…

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).